A medio kilómetro de la casita donde reside don Hilario
Rodríguez hallamos el rancho tradicional de D. Luis Leonardo, otro criollo
auténtico que muy amablemente se presta a facilitarnos cuantos datos creamos de
interés para los fines de esta publicación.
Luis Leonardo tiene 70 años de edad. Nació en Ituzaingó el
14 de septiembre de 1863 en el lugar conocido por campo de Santiago Loza.
EL PRIMER BOLICHE
Según don Luis Leonardo el primer boliche que se recuerda
fue el que se estableció en la calle Santa Rosa detrás del local que ocupa
actualmente el negocio del señor Oscar Arnal. Dicho “boliche” se conocía por de
Don Bartolo y fue muy concurrido en sus primeros tiempos.
CUANDO SE CONSTRUYÓ LA ESTACIÓN
El tren pasaba por aquí –nos dice don Luis Leonardo- y seguía
hasta Merlo. No había estación en aquel tiempo. Sin embargo, aunque ya era bien
chico en aquel entonces pues solo contaba 9 años de edad recuerdo un episodio
interesante. Era de verano, o tal vez de primavera, pues no sabría afirmar con
seguridad. Me encontraba en un campo en un lugar que debía corresponder al
sitio donde está ahora la escuela número 6, o un poco más al Oeste. De pronto
vi llegar un tren y con la sorpresa imaginable observé que se detenía en ese
lugar. Bajaron unos señores que parecían extranjeros y después de observar un
rato vi que tomaban algunas medidas; finalmente clavaron cuatro estacas entre
los yuyos, a la orilla de la vía, y ascendieron nuevamente al tren que siguió
su marcha.
Poco tiempo después descargaron ladrillos y otros materiales
y se inició la construcción de una casa de tres habitaciones, con techo a dos
aguas; eso fue la estación Ituzaingó.
OCHO MESES CERRADA
Terminada la estación y habilitada sucedió que no había
pasajeros ni carga, ni nada que hacer con ella. ¿Para qué ferrocarril si había
buenos caballos?” Posiblemente habrá sido por eso que la estación estuvo
cerrada durante ocho meses. Después de ese tiempo se libró nuevamente al
servicio público y esta vez permaneció funcionando hasta hoy.
LOS JEFES DE ESTACIÓN EN ITUZAINGÓ
-¿Y recuerda usted, preguntamos, quién fue el primer jefe de
estación en este pueblo?
-Sí, lo recuerdo perfectamente –responde Leonardo-. Sé que
se llamaba don Gabriel Millán; tengo presente su apellido. No duró mucho tiempo
aquí porque lo despidió la empresa debido a un accidente que fue el primer
descarrilamiento que hubo en Ituzaingó.
-¿Un descarrilamiento? Cuéntenos eso amigo Leonardo.
EL PRIMER DESCARRILAMIENTO
Ese descarrilamiento fue la derrota del jefe. El único
personal era el jefe y un peón. El jefe tenía una vaca y el peón era quien se
la ordeñaba todos los días, aunque eso no era su obligación porque la empresa
no pagaba al peón para servicio particular del jefe. Pues bien: ese día llegó
el tren antes que el peón le haya dado el cambio de vía porque en ese momento
estaba ocupado en ordeñar la vaca. Al ver al tren corrió a dar el cambio cuando
la máquina ya había cruzado y la consecuencia fue que los vagones se salieron
de la vía. Debido a eso fue despedido el jefe.
OTROS JEFES DE ESTACIÓN
Y después de Manuel Millán ¿qué otros jefes se acuerda?
-Hubo varios. El segundo fue Mascardi, padre de los vecinos
de ese mismo apellido; tercero fue Agustín Cuello, cuarto el señor Balestraci,
que fue jefe de Morón y que se jubiló hace poco y quinto el señor Osvaldo
Coquet que también se ha jubilado. Actualmente como se sabe, el jefe es el
señor Felizzola.
Respondiendo a una pregunta nos dice don Luis Leonardo que
la primera casa que se construyó en el pueblo de Ituzaingó, es decir, la parte
que ocupa actualmente fue la de la viuda de Ratti, hoy quinta de Benvenutto.
Esa casa fue construida en el año 1873 y posteriormente fue modificada en su
aspecto.
La segunda casa fue la que ocupaba el primer almacén de don
Felipe Pastré. Aun existe esa casa y es la que está situada en la calle Santa
Rosa y Rivadavia, lado Norte de la vía, siendo la única que conserva su aspecto
inicial.
La tercera casa fue la de Tabacco, hoy conocida por de
Peredo, que se incendió hace algunos años.
La cuarta casa fue la de Cánepa donde funcionó un almacén.
Esos son –nos dice- los edificios más viejos que aún existen
en el pueblo.
COMO ADQUIRIÓ DON MANUEL RODRÍGUEZ LOS CAMPOS DE ITUZAINGÓ
Don Manuel Rodríguez nos dice nuestro informante, compró a
Juan Ponce diez cuadras de campo. El precio fue un frasco de ginebra que éste
debía. La escritura se hizo en el boliche de don Bartolo que estaba situado en
la actual calle Santa Rosa casi esquina Rivadavia. Eso fue en el año 1870. Allí
se inició un pleito largo que sostuvo don Manuel Rodríguez con Melchor
González, dueño este último de trescientas cuadras que formaban parte de la
misma fracción de las diez que había adquirido don Manuel Rodríguez. El pleito
fue largo pero al final Manuel Rodríguez perdió las trescientas cuadras.
LAS ELECCIONES DE ITUZAINGÓ
En aquella época se disputaban el poder dos partidos:
mitristas y alsinistas. En las elecciones en el comicio había dos mesas: los
mitristas votaban en una mesa y los alsinistas en otra. En esta zona había un
pulpero mitrista, hombre de gran autoridad. Ahora bien; el que votaba por los
alsinistas podía estar seguro que lo mandaban a la frontera.
“LOS TACHOS”
El vecindario habrá conocido –por lo menos los vecinos de
quince años de residencia- unos enormes tanques con herrumbre que se
encontraban en el campo situado detrás del vivero de Calé y Cía., donde
actualmente hay un horno de ladrillos. Esos tanques eran conocidos por “los
tachos” y hasta así se denominó al Campo de “los tachos”. Un extraño misántropo
vivió allí, convirtiendo uno de esos tanques en residencia, lo que motivó una
nota gráfica de “Caras y Caretas” con texto a varias páginas.
Nos explica don Luis Leonardo que esos tachos fueron de un
gran saladero y grasería que se instaló en el año 1871, propiedad de Agustín
Silveira y que proporcionaba trabajo a mucha gente y que se denominaba “La
Manuela”. Desapareció el saladero pero quedaron los tachos allí más de cuarenta
años.
Cuando nos retiramos agradecimos a D. Luis Leonardo la
amplia y preciosa información que acaba de suministrarnos y que para los que
ignoran estas cosas resulta de un valor inestimable.